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EL CRISTIANO: LA FE Y LAS OBRAS – LA RESPONSABILIDAD CON NUESTRO PRÓJIMO

EL PRÓXIMO COMPARTIR ES DEL ESTUDIOSO BÍBLICO, MARTIN LUTERO PARTE DE SU OBRA - LA LIBERTAD CRISTIANA. EL PRÓXIMO COMPARTIR FUE TITULADO:EL CRISTIANO: LA FE Y LAS OBRAS – LA RESPONSABILIDAD CON NUESTRO PRÓJIMO

«No hacen bueno y justo a un hombre las obras buenas y justas, sino que es el hombre bueno y justo el que hace obras buenas y justas»;

- Mateo 7:18 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.

«Malas acciones no hacen nunca malo a un hombre, es el hombre malvado el que realiza obras malas». Lo primero que, por tanto, se requiere, la condición previa para las buenas obras, es que la persona sea buena y justa; después llegarán las buenas obras que han de salir de una persona justa y buena. Es lo que dice Cristo: «Un árbol malo no produce buenos frutos; un árbol bueno no da frutos malos».

Es evidente que los frutos no soportan al árbol y que los árboles no crecen en los frutos, sino todo lo contrario: son los árboles los que llevan el fruto y los frutos los que crecen en los árboles.

Bien, pues así como los árboles tienen que existir antes que los frutos y éstos no hacen malos o buenos a los árboles, sino que son los árboles los que producen a los frutos, de la misma manera el hombre tiene que ser personalmente bueno o malo antes de hacer obras buenas o malas. Sus acciones no le trasforman en bueno o malo, sino que es él el que hace obras buenas o malas. Es lo mismo que observamos en todos los oficios: no hace bueno o malo al carpintero una cosa buena o mala; es el carpintero, bueno o malo, el que ejecuta una obra buena o mala.No es la obra la que conforma al maestro, sino que la obra será cual sea el maestro. Así sucede con las acciones del hombre: su bondad o malicia depende de que las realice con fe o sin ella, pero no al revés: su justificación y su fe no dependen de cómo sean sus obras.

Estas no justifican, de igual manera que no confiere la fe. Pero la fe, de la misma forma que justifica, es la que hace buenas obras. Puesto que las obras a nadie justifican y el hombre tiene que estar justificado antes de realizarlas, resulta evidente que sólo la fe que procede de la pura Por otra parte, de nada aprovecharán las buenas obras para la justificación y salvación del que no tiene fe. Ni las obras malas lo tornarán en hombre malo y condenado, sino que será la incredulidad, que malicia a la persona y al árbol, la que hará obras malas y reprobadas. Por este motivo, el comienzo de la bondad o de la maldad de alguien no radica en las obras sino en la fe, en consonancia con el dicho del sabio: «El comienzo de todos los pecados está en apartarse y desconfiar de Dios».

También Cristo enseña que no hay que empezar por las obras al decir «o hacéis al árbol bueno, y entonces serán buenos sus frutos, o le hacéis malo y malos serán sus frutos».Como si afirmase que el que quiera tener buenos frutos debe comenzar antes por el árbol y plantarlo bien; que quien desee hacer buenas obras no debe comenzar por ellas sino por la persona, que es quien tiene que hacerlas. Ahora bien, nada que no sea la fe hace buena a la persona y sólo la incredulidad la malicia. Hay una cosa cierta: las obras son las que hacen a alguien bueno o malo a los ojos de los hombres; es decir, manifiestan al que es bueno o malo, como dice Cristo: «Por sus frutos los conoceréis».

Pero esto se reduce a lo externo, a la apariencia que engaña a tantos que andan enseñando la forma de hacer buenas obras y de justificarse, y sin embargo no aluden para nada a la fe. Caminan como un ciego que guía a otro ciego, se atormentan con tantas obras, pero sin llegar nunca a la verdadera justificación. A estos se refiere san Pablo al decir (2 Tim 3): «Tienen la apariencia de piedad, pero están privados de lo fundamental; andan enseñando siempre, pero nunca llegan al conocimiento de la verdadera piedad». Quien no quiera caer con esos ciegos tendrá que trascender de las obras, de la ley o de la doctrina de las obras. Tiene que fijarse ante todo en la forma de justificarse la persona; y la persona se justifica y salva no a base de preceptos y obras, sino por la palabra de Dios, es decir, por la promesa de su gracia, y por la fe. En eso consiste la gloria divina: en salvarnos graciosamente por su palabra de gracia, por su pura misericordia y no por obras nuestras. Gracia por Cristo y su palabra es la que justifica suficientemente a la persona y la salva; que el cristiano no necesita para su salvación de ninguna obra, de ningún mandamiento, sino que está liberado de todos los preceptos. Por esta libertad pura hace gratuitamente todo cuanto realiza, no buscando en ello su utilidad o su salvación -ya que su fe y la gracia de Dios le han saciado y salvado, sino sólo el agrado divino.

Por lo antedicho se comprende con facilidad el criterio para reprobar o admitir las obras buenas y la manera de entender las doctrinas que hablan de estas buenas obras. Si se incluye la cláusula absurda de que por ellas intentamos justificarnos y salvarnos, esas doctrinas no son buenas, hay que rechazarlas en su totalidad; atentan contra la libertad y ofenden a la gracia de Dios que es la única que por la fe justifica y salva. Esto no lo pueden realizar las obras, y el intento de hacerlo es una ofensa contra la obra y la gloria de la gracia de Dios. Si rechazamos las buenas obras, no lo hacemos por ellas mismas; es en razón de esa cláusula indigna y de la opinión errada y perversa que siembra. Esto hace que parezcan como buenas cuando en realidad no lo son; tales doctrinas se engañan a sí mismas y seducen a los demás, exactamente igual que los lobos rapaces disfrazados de ovejas.Cuando no hay fe resulta insuperable esta cláusula maliciosa y esta idea perversa; permanecerá en estos «santos de obras» hasta que sobrevenga la fe y la destruya. La naturaleza por sí misma no puede extirparla, ni siquiera desenmascararla; es más, la tendrá como algo precioso y salvador. Esta es la causa de que tanta gente se vea seducida por ella.

Por eso, aunque esté muy bien escribir y predicar sobre el arrepentimiento, la confesión y la satisfacción, si no se llega a la fe, no cabrá duda de que se trata de doctrinas sencillamente diabólicas y seductoras. No hay que predicar sólo un aspecto de la palabra de Dios, sino ambos.Se tiene que predicar la ley para que, atemorizados los pecadores y descubiertos los pecados, se llegue al arrepentimiento y a la conversión. Pero no hay que limitarse a eso; hay que predicar también la otra parte de la palabra de Dios, la promesa de la gracia, la doctrina de la fe, sin la cual resultan inútiles los preceptos, el arrepentimiento y todo lo demás. Existen todavía predicadores del arrepentimiento y de la gracia, pero que exponen la ley y las promesas de Dios de tal manera, que no enseñan de dónde proceden y cómo se llega al arrepentimiento y a la gracia. Porque el arrepentimiento fluye de la ley, la fe nace de las promesas divinas, y por la fe en la palabra de Dios se justifica y se consuela el hombre, después que por el temor de Dios (el profundo respeto a Dios) se haya humillado y haya conseguido el conocimiento propio.Baste con lo dicho acerca de las obras en general, y en particular acerca de las obras con que un cristiano tiene que ejercitar su propio cuerpo. Tratemos ahora de las que hay que realizar en relación con los demás.

El hombre no vive encerrado en su cuerpo; está condicionado además por los restantes hombres de este mundo. Este es el motivo de que no le esté permitido presentarse vacío de obras ante los demás, y aunque ninguna de ellas le resulte necesaria en orden a la justificación y salvación, se ve forzado a hablar, a actuar con los otros. Por eso, su única y libre pretensión en todas las obras será la de servir y ser provechoso a los demás; las necesidades del prójimo es lo único que ha de tener en cuenta. Esta sí que es una auténtica vida cristiana, puesto que la fe actúa con complacencia y amor, a tenor de lo que san Pablo enseña a los gálatas.

- Gálatas 5:6 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

6 porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor.Y en los Filipenses nos encontramos con que después de haberles dicho cómo toda la gracia y toda la riqueza que tenían la habían recibido gracias a su fe en Cristo, prosigue: «Por todo el consuelo que poseéis en Cristo, por el estímulo del amor que os tengo, por la comunión espiritual que tenéis con todos los cristianos buenos, os recomiendo que colméis el gozo de mi corazón siendo todos de un mismo sentir, amándoos los unos a los otros, sirviéndoos mutuamente sin fijarse en uno mismo o en lo suyo sino en los demás y en sus necesidades».

- Filipenses 2:1-3 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

1 Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia,

2 completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa.

3 Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo;

- Filipenses 2:5-7 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,

6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,

7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;

Fíjate bien en la claridad con que programa aquí Pablo la vida cristiana: todas las obras tienen que orientarse al beneficio de los demás, por la sencilla razón de que a uno mismo le basta y le sobra con su fe. De esta forma, todas las obras restantes, toda la vida le quedan para servir con la libertad del amor al prójimo. Para confirmarlo aduce el ejemplo de Cristo y dice: «Tened los mismos sentimientos que veis tuvo Cristo, el cual, a pesar de que era de condición divina, de que poseía todo lo requerido para sí mismo de que su vida, sus obras y sus padecimientos no le eran necesarios para justificarse y salvarse, se despojó de todo, adoptó la condición de siervo, todo lo hizo y padeció por nuestro bien; de esta suerte, el que era totalmente libre, se sometió a la servidumbre por causa nuestra».

Así, al ejemplo de Cristo, su cabeza, el cristiano tiene que sentirse totalmente satisfecho con su fe y entregarse al aumento constante de la misma. En ella consiste su vida, su justificación, su salvación; la fe es quien le entrega cuanto Cristo y Dios tienen, como hemos dicho más arriba y lo confirma san Pablo en Gálatas: «La vida que vivo en el cuerpo la vivo en la fe de Cristo, el hijo de Dios». Y aunque el cristiano sea un hombre libre del todo, es necesario, sin embargo, que se convierta en siervo para ayudar al prójimo; que le trate y se comporte con él como lo ha hecho Dios por medio de Cristo. Y hacerlo todo gratuitamente, sin buscar otra cosa que el agrado divino.

- Gálatas 2:20 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

«Dios, pensará el cristiano, me ha enriquecido a mí, hombre indigno y condenado, sin mérito ni dignidad por mi parte, de forma gratuita y por pura misericordia, con riqueza pletórica, con la justificación y la salvación, por y en Cristo, con tal plenitud que ya no necesitaré en adelante nada más que creer que así ha sucedido. ¿Cómo no voy a intentar agradar libre, alegre y gratuitamente a un padre que me ha colmado de tan incontables riquezas? Me comportaré de forma cristiana con mi prójimo, al igual que Cristo lo ha hecho conmigo; no haré más que lo que prevea necesario, útil y saludable a los demás, porque a mí me basta con poseer todo en Cristo por mi fe».

Ahí tienes cómo la fe es la fuente de la que brota la alegría y el amor hacia Dios, y del amor esa vida entregada libre, ansiosa y gozosamente al servicio incondicional del prójimo. Nuestro prójimo está en la indigencia y necesitado de lo que nosotros tenemos en abundancia, de la misma forma que nosotros hemos sido unos indigentes ante Dios y hemos necesitado su gracia. Por eso al igual que Dios nos ha socorrido graciosamente por Cristo, también nosotros tenemos que orientar nuestro cuerpo y sus obras únicamente hacia la ayuda del prójimo. ¡Qué encumbrada y noble es la vida del cristiano! Y, sin embargo, hoy día no sólo se deja sin resaltar, sino que se ignora y no se predica esta realidad.MARTIN LUTERO (1483-1546)QUE TENGAN UN HERMOSO Y GRAN DÍA, QUE DIOS LOS SUPER BENDIGA EN TODO Y NUNCA DEJEN DE H.E.L.

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